Las mesitas de Coco
Hace unos días fuimos a dar una vuelta por uno de esos centros comerciales clónicos que pueblan España entera y, al pasar delante de un escaparate, nos dimos cuenta del enorme poder que ejercen las grandes franquicias y marcas. Una de esas franquicias, especializada en productos de decoración, pequeños muebles y artículos para el hogar, presentaba en su vitrina una mesita auxiliar, blanca, anodina, de contrachapado, a un desmesurado precio.
Desmesurado en relación a su coste de fabricación, en tanto que se trata de una pieza realizada en serie (¿cuántos miles habrá repartidas por todo el país?) y, por supuesto, desmesurado en comparación con el dinero percibido por el operario encargado de realizarla en la fábrica subcontratada de turno. Seguro que a esa conocidísima cadena de tiendas el coste por unidad de esa mesita no le sale a más de cinco euros. ¿Su precio? ¡69 euros! Y hay alternativas. Muchas.
Desmesurado en relación a su coste de fabricación, en tanto que se trata de una pieza realizada en serie (¿cuántos miles habrá repartidas por todo el país?) y, por supuesto, desmesurado en comparación con el dinero percibido por el operario encargado de realizarla en la fábrica subcontratada de turno. Seguro que a esa conocidísima cadena de tiendas el coste por unidad de esa mesita no le sale a más de cinco euros. ¿Su precio? ¡69 euros! Y hay alternativas. Muchas.
La reutilización, por ejemplo. He aquí dos mesitas clásicas, de las de toda la vida. Pero con algo que las distingue de las fabricadas en serie: su calidad. La madera, la realización de los cajones, las patas... Y, por supuesto, el tiempo. Ese poso que desprenden los objetos vividos. Una sensación que a mucha gente le resulta extraño o, incluso, desagradable, pero que a otros nos resulta de lo más estimulante.
Basta con tener una idea en la cabeza: un dibujo, un color, un trazo. Y el resultado son dos piezas fantásticas: únicas, elegantes y perfectamente adaptables a cualquier ambiente. ¡Y más baratas!
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